Hoy la portada del Diario SUR alerta sobre una realidad que ya no se puede ignorar: la falta de camareros y cocineros está obligando a muchos bares a cerrar más días y a recurrir a estudiantes para poder seguir funcionando.
No se trata de una situación puntual ni aislada. Es el reflejo de una carencia estructural que afecta de lleno al motor económico de España: el turismo. No solo se resiente la hostelería; también los hoteles, los apartamentos turísticos, el transporte y todo lo que gira en torno al visitante.
España fue en 2024 el segundo país más visitado del mundo, con más de 94 millones de turistas internacionales, que generaron un gasto medio de 1.441 euros por persona. Esto se traduce en un impacto económico de 135.454 millones de euros. Estas cifras hablan por sí solas del peso estratégico que tiene el turismo para nuestro país.
La Costa del Sol es uno de los destinos más potentes dentro de ese conjunto. Nuestra ventaja competitiva ha sido, durante años, una oferta atractiva y asequible: pescado fresco, buen clima, servicio cercano y precios que en muchos casos no tienen competencia. Aquí el turista puede disfrutar de una caña con tapa por dos euros, alojamiento de calidad a precios razonables, una oferta gastronómica excelente, transporte público económico y una gran variedad de servicios al alcance de casi cualquier bolsillo. Todo esto convierte a la Costa del Sol en un destino muy rentable para el viajero. Sin embargo, esta competitividad también tiene un coste oculto: los bajos salarios que predominan en el sector, especialmente en hostelería y servicios turísticos. Esta realidad ya no es sostenible si queremos mantener la calidad y atraer talento profesionalizado.
En este contexto, el empresario se enfrenta a dos caminos: automatizar procesos o subir precios para poder ofrecer salarios más atractivos. Ambas vías son válidas, pero ninguna funcionará si no se aborda el problema principal: la falta de profesionales cualificados.
De hecho, una simple subida de salarios no es suficiente. A corto plazo puede aliviar la escasez, pero a largo plazo no resuelve el verdadero desafío: la ausencia de personal formado, con vocación y perspectiva de desarrollo profesional. Si no existe una base sólida de formación, no se puede garantizar la calidad del servicio ni la estabilidad del sector. Elevar los sueldos sin cambiar el modelo productivo puede, incluso, aumentar la rotación si no hay compromiso ni una trayectoria profesional definida.
Es urgente apostar por un modelo de formación profesional dual, como el que ya funciona con éxito en países como Alemania u Holanda. Un sistema en el que el alumno estudia y trabaja al mismo tiempo durante tres años, adquiriendo experiencia real y formación técnica. Este modelo no solo mejora la empleabilidad del estudiante, sino que ofrece ventajas directas a las empresas: al finalizar el periodo de formación, disponen de un profesional plenamente capacitado, que ya conoce la cultura, los procesos y los estándares del negocio. Esto reduce significativamente la rotación de personal, mejora la estabilidad de los equipos y facilita una integración mucho más eficiente. Es una inversión a medio plazo que beneficia tanto al alumno como al empresario, y que contribuye a profesionalizar un sector que necesita urgentemente relevo generacional cualificado.
Para que esto funcione, hace falta una red de centros de formación profesional accesibles, bien ubicados y coordinados con las necesidades del mercado. Hoy en día, la falta de centros cercanos en muchas zonas impide que el modelo dual sea viable: si un estudiante tiene que recorrer largas distancias entre su escuela y su lugar de prácticas, la motivación se pierde y la fórmula fracasa.
Además, es importante detenernos a pensar en una cuestión más profunda: la otra cara del crecimiento turístico. En los últimos años, los aeropuertos se han convertido en centros de competición por atraer más rutas, más aerolíneas y más turistas. Cada récord de pasajeros se celebra como si fuera un éxito absoluto. Pero… ¿alguien está midiendo la capacidad real del destino para sostener ese volumen?
Detrás de cada millón de turistas hay una demanda exponencial de recursos reales y limitados:
- Vivienda: presión sobre el mercado inmobiliario, subida de precios y conflictos con la población local.
- Agua y energía: en zonas con estrés hídrico, el consumo se dispara en temporada alta.
- Personal: faltan camareros, cocineros, limpiadores. Y no es porque “no quieran trabajar”, sino porque los salarios no compensan el coste de vida y falta formación.
- Infraestructura urbana: transporte saturado, servicios municipales sobrecargados, espacios públicos convertidos en parques temáticos.
Se celebra la demanda sin analizar si hay capacidad de respuesta. Y esto no es una crítica al turismo —que es esencial para nuestra economía—, sino una llamada urgente a la planificación realista y sostenible. Porque el verdadero éxito turístico no está en recibir más, sino en gestionar mejor.
De no actuar con rapidez, el futuro del sector se moverá de forma natural hacia modelos de negocio cada vez más automatizados. Ya vemos en Málaga el auge de hoteles cápsula, donde todo el proceso —desde el check-in hasta el acceso a la habitación— es autogestionado por el huésped a través de una aplicación. La única presencia humana es la del personal de limpieza y supervisión. En hostelería, muchos restaurantes optan ya por sistemas de pedido en mesa mediante códigos QR, eliminando el papel del camarero tradicional que recomienda platos o genera una experiencia de trato directo. Incluso en algunos bares, el servicio está totalmente automatizado: el cliente se sirve su propia cerveza directamente desde el grifo. La inteligencia artificial aún no ha irrumpido de lleno en la restauración, pero no tardará mucho.
Paradójicamente, esta automatización hará que el servicio humano y personalizado, tradicionalmente reservado al lujo, gane valor y se convierta en una auténtica ventaja competitiva. Aquellos establecimientos que apuesten por una combinación de formación, profesionalización y salarios dignos podrán ofrecer un trato diferenciado y volverán a hacer accesible ese nivel de atención personalizada a un público mucho más amplio. Lo que antes era exclusivo, como un servicio de aparcacoches en el centro de Madrid, pronto podría extenderse también a restaurantes comunes, elevando la experiencia del cliente sin dejar de ser viable para el negocio.
Es necesaria la creación urgente de una mesa de trabajo permanente compuesta por representantes de la administración pública, centros de formación profesional, inversores y el sector privado.
El objetivo debe ser claro: diseñar e impulsar un plan conjunto que profesionalice el sector turístico y dé respuesta a las necesidades reales tanto de las empresas como de los trabajadores. Se trata de garantizar una formación moderna, accesible y conectada con la realidad del mercado, que permita a las empresas contar con personal cualificado y estable, y a los empleados acceder a una carrera profesional digna, con futuro y reconocimiento. Sin este enfoque conjunto, el modelo turístico actual corre el riesgo de agotarse por falta de estructura y preparación.
José Mateos (Director Casasol Holiday)